del desplazamiento como necesidad vital

Esto va a ser irremediable. Atroz. A nadie le gusta irse. Quedarse en el ningún lugar. Establecerse en la evanescencia. Pasar a ser humo, nube, suspiro, pedo.

No será fácil, lo sé. Escabuirse nunca lo ha sido. Huir de la estabilidad. De las líneas. Sacarle la vuelta a la estancia, a la normalidad. Jugar al nómada. Al poeta. Arrojarse a la mermelada de los días. A la entrepierna de la noche.

Me voy sin  mapas, sin las brújulas en que me entretuve. Me voy, con el globo terráqueo en las pupilas. Con la sección amarilla de los afectos. Con toda la correspondencia en el vientre. Con cada enredo en la cintura de las semanas.

Seré fantasma. Activista del desplazamiento. De la errancia. Del vagabundeo pleno. Feliz. Convencido de la eternidad de los momentos. De la infinitud de los encuentros. Entretejiendo la poesía cotidiana que soy que somos y que me perpetua. Que me mantiene y me empuja en el tambaleo de mi calendario, de mi agenda autónoma.

Son las caminatas irreversibles. Los auténticos desplazamientos. Las transgresiones primeras en favor de lo desconocido, de la aventura. Me voy con la misma hambre. Con más sed. Con la mirada más desorbitada de lo que vine. Con el corazón reflejo. Con tres callos más en la planta de los pies y la novela que te dije siempre que estamos escribiendo, que somos.

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