El malabarista del que hablaremos aquí es un artista de la calle. La calle es fundamentalmente su escenario. Con su trabajo ha desarrollado una especial aptitud para enfrentar el caos urbano así como una visión particular de la ciudad y sus habitantes. Domina bien el arte de cruzar calles y de sentirse a sus anchas en cualquier esquina. Da la cara frente a un público estresado de automovilistas. Su espectáculo dura cosa de dos minutos, lo que dura el semáforo en rojo en un cruce de avenidas. Es en un lapso breve de tiempo que este malabarista hace su lectura de la bestia urbana.
Brinda un espectáculo y es esa su principal motivación. Hacerlo de la mejor manera es su principal objetivo. Que en el espectador se produzca un efecto; todo importa, las figuras de fuego o de colores, la perfecta sincronía de los movimientos corporales, el ritmo, todo el cuadro que le ofrece el malabarista debajo del semáforo con un fondo de ciudad. Son dos minutos que rompen con la monótona rutina de la mayoría de los conductores. El malabarista callejero, se abstrae de lleno en su especie de baile y acrobacia, frente a un público renuente muchas veces, cerrado, apático, colérico, estresado. La reacción, los gestos, los rostros de este público le dicen mucho a su mirada trapecista. Más de cerca puede hacerse una idea cuando personalmente pasa por la ventanilla de los coches siendo a veces ignorado, discriminado, o también cuando recibe una palabra, una sonrisa, un gesto de solidaridad. En esta cotidiana confrontación con su entorno, el malabarista de la calle desarrolla una mirada sociológica, antropológica, filosófica y hasta poética.
Recientemente tuve la oportunidad de convivir durante dos meses con miembros de la hermandad pextlan; se trata de un colectivo de artistas del fuego, de la calle, del malabar y el monociclo. Fue en unas cabañas por la región del cofre de perote donde han conformado una especie de comuna. Platicando con ellos pude ir dando forma a este texto. La grata convivencia que sostuve en todo momento con ellos me permitió un acercamiento a su modo de pensar y de sentir.
Muchas de las palabras que siguen se basan precisamente en una conversación sostenida con Abdías, miembro de la comuna, quien me habló sobre algunas de sus experiencias en los cruceros y sobre este especie de análisis socio-psicológico que a diario realiza como parte de su trabajo, lo que le ha llevado a asumir posturas particulares ante la sociedad y ante su visón del mundo en general.
El malabarista de calle se juega la vida por su trabajo. Mientras trabaja, no puede permanecer pasivo en ningún momento, sus sentidos están despiertos como el movimiento de sus músculos. Digamos que cuerpo y espíritu entran en juego. El malabarista auténtico da el todo de sí en su espectáculo. Se entrega. Su relación con el público va más allá de lo que generalmente se piensa. Para él se trata de una experiencia autoafirmativa. De una propuesta de individuo actor. El trabajo que desempeña el malabarista de calle es parte de un estilo de vida que se extiende a sus conductas cotidianas.
La propuesta de fondo del malabarista de calle va más allá de lo meramente político, en un sentido estrecho. El malabarista opera bajo una idea hombre universal. A algunos lo mueve un sentimiento cósmico que en ciertos casos los acerca a la naturaleza. El malabarista erige modelos de conducta a seguir sin proponérselo; es sencillo, se alimenta saludablemente, se mantiene activo y a la vez es contemplativo; cuestiona con su modus vivendi las bases generales que rigen su época y procura mantener una especie de sincronía con el universo y con el caos urbano.
En un cruce de calles, si eres observador, puedes ver muchas cosas. A veces en la calle se encuentran respuestas a la existencia. La calle es un mosaíco de singularidades. Un gran teatro. La gran plaza. El circo más grande. La calle es el espacio de la tragedia y las comedias humanas. La calle es el verdadero exámen, la prueba que cotidianamente hay que pasar. La calle es el reino del ciudadano. Es el espacio para la creación y la sorpresa. Es el espejo de los payasos y los poetas. El malabar no es sino una de las tantas posibilidades para relacionarse con este espacio público. Los hay músicos, performanceros, grafiteros, y otras formas de expresión urbana.
El malabarista de calle interioriza sus experiencias, las lleva dentro, tanto su voz como su mirada están teñidas por el color de sus experiencias. Así, mas que teorías o corrientes de pensamiento esquematizadas en discursos, los criterios del malabarista de calle, son la intuición y una espontánea claridad de las cosas como se le presentan. Aunque no es de su primordial interés articular concienzuda y lógicamente su visión de las cosas, Abdías sabe explicarse muy bien, pausada y razonadamente.
Dijimos que la preocupación primera del artista de calle, en este caso del malabarista, es producir un efecto en el espectador. Pero el efecto producido se vuelca también hacia el actor mismo dando pie a pensamientos singulares y percepciones únicas de la teatralidad cotidiana de la cual participa. El malabarista de crucero entra en la vida de los conductores haciendo fuego, contorsionando sus músculos, lanzando al cielo su clava, extendiendo los brazos y la mirada fija al frente sobre la masa de autos.
Son pocos quienes le externan su reconocimiento. Su noble oficio se ha vuelto en ciertas ciudades un tanto marginal. Cuando por una parte vemos cada vez más publicidad abarrotada en las calles, las oportunidades para ganar espacios de los artistas de la calle son cada vez más restringidas por las leyes que la autoridad impone. Es el amor a su vocación lo que realmente los mueve. Una vocación de aventurero, de viajero, de hombre de a pie.
El malabarista de calle no pretende enseñar nada. Tampoco va hasta ese crucero con la idea de aprender algo. No reduce su experiencia a fines estrechos. Su trabajo es liberador sin embargo. Para sí mismo y para los otros sensibles que se dignan de apreciar mientras el semáforo está en rojo un espectáculo de luces y energía viva. El malabarista de crucero no siempre se da cuenta que lleva a cabo una tarea liberadora, no siempre se da cuenta que su propuesta es de resistencia y que con su acción reivindica la calle como espacio de libertad.
A pesar de ser testigo de muchas situaciones jamás cae en la chismorrería. Su mirada es profunda, con aires de filósofo. No se detiene a observar superficialidades, y si las atiende es para formarse una opinión más compleja. Su actitud es de vanguardia en relación al común de los jóvenes. Por una parte posee una independencia material que descarta toda necesidad inventada por el mercado o por lo medios de comunicación. Si es un auténtico artista de la calle, es obvio que no participa de esta lógica y se ubica en una visión más profunda y comprometida.
Cuál es esa visión. Su peculiar modo de vivir. Una visión no alineada con los esquemas oficiales, una visión personal, peatonal, auténtica, generadora de una atmósfera de libertad, en sintonía con lo urbano y así también con la naturaleza, una visión comprometida con la vida, con vivirla honestamente desde uno, sin diplomas ni falsas condecoraciones, una visión abierta que da el abrazo al amigo y comparte fraternalmente el amor por la vida y por la libertad y por la creación y el movimiento.
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