a Yorch
Cuando llegué ya estaban ellos y sus instrumentos: dos guitarras eléctricas, teclado y batería; el saxofonista llegó poco después, cuando Yorch instalaba un tocadiscos con un vinil antiguo para quien se animara.
En las paredes del cuarto unos grabados, dibujos, óleos y carteles me daban la impresión que estaban atentos. Había también dos chicas que iban a escuchar el ensayo, a echarse las chelas y a fumar.
El ritual de fumar y beber se extendía. También yo me encerré en el baño y la pipa circuló. Con la ventanilla cerrada el humo pegaba fuerte; era el baño un horno del que todos salimos bien puestos. En el cuarto de ensayo movimientos de tragos y tabacos.
Esa tarde, después de un rato del ritual previo al ensayo, Yorch me pasó una guitarra y se montó en la batería; uno se acomodó en el teclado, otro en el tocadiscos-tornamesa, asì el sax y la otra guitarra. Empezamos a darle.
Comenzó la anárquica sinfonía. Como un extraño dictado del inconsciente. Expulsión de demonios desarmónicos irrumpieron; era la pieza que todos hacíamos de manera espontánea.
En esos ensayos parece no importar otra cosa que no sea la liberación de los propios demonios mediante acordes disonantes. En las paredes rebotan resonancias graduales, matices entrecortados, síncopas, silencios; formas sonoras de una especie de demencia desde lo más animal y primitivo que tiene el hombre que padece la música como la voz propia; desde un ánimo explosivo que no pretende el compás de los metrónomos. Ni secuencias, ni tablaturas; ningún esquema, sólo el ritmo de los demonios de cada quien.
Sonoras vibraciones que no encajan con la denominación del Do ni de Si. Un sentir conjunto, un experimento colectivo nutrido de lo más visceral; un crujido de entrañas. Nacen absurdas atonalidades, rítmicas incomprensibles que sientes como aguja en el oído. Yorch parece estar poseído. Cíclicos desvaríos de ondas próximas a una música; la voz de un caos, de un caos extasiado de alcohol y yerba.
La improvisación puede durar lo que dura un coito, lo que dura el efecto de una droga o un sentimiento que se nos ha metido. A veces, puede extenderse hasta remitir a un largo viaje. Lo que dura es el tiempo del alucine en que esquizofrénicos ritmos trastocan el ánimo.
Lo que una vez se tocó, jamás volverá a ser. Cómo reproducir el sentimiento, la intervenida nota que sola salió porque así tenía que salir en ese momento. Tal vez quien no participa con su complicidad, con su entrega a los efectos briagos del sonido, no experimenta el éxtasis, la adulterada sensación multitónica de esa tarde.
Nada diré con palabras. Habrá que vivirlo. Estar dispuesto a cohabitar con la bestia y sus compases; sentir el vértigo de las notas no escritas, de las inexistentes partituras, de los círculos de la demencia, las ansias de estallar, de fundirse en la sintonía de una música poblada de demonios.
Yorch está bañado en sudor, tiene la mirada de un loco. El ensayo terminó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario