de errancias y confabulaciones

Algunos sábados son irremediablemente patéticos, inobjetables. Por eso me saco la vuelta, me retrorevierto, camino sin más por los laureles de soles semiconfusos de mis pasos zambos, casi jorobados.

Sí. Para descarrilar a lo ordinario me pierdo sin más, en el encuentro de alguien que no existe en tales coordenadas de este cuadro de ciudad. Me pierdo sin más, ya lo dije. Me extravío, me desenchufo de este clamor de soleada realidad. De este día de mercado y ambulancia, de inútiles cláxones y rebanadas de una piza inexistente.

Son las visiones de un peatón descarado. De un cínico del ambulantaje. Son las acumulaciones de la contemplación sin más y el caminar andando hacia donde un extraño azar nos mueve. Así es, con esas cavilaciones que a veces me olvido de mirar, se me distrae el olfato y la lengua se me reseca de sola saberla sola.

Son los aires de un sol terco, de una nieve ansiada, en la plaza esa que llaman la soledad. La soledad en llamas. El calor está cabrón. Y la plaza de la soledad aacribilla con sus campanas el azote de los pájaros semicansados, casidementes, entrurbiados de luz y sol, de campanada y plaza sola. En medio mis pasos inalcanzables con la lengua fuera de necia sequedad. Con la sed antidesierto, de manantial y alcantarilla.

Voces de fierro interrumpen el gemido del viento, en sincero quejido contra el sol. Hacial de nubes indefenseas, como cuernos erróneos de un animal siniestro. Como ancho aguijón de perro, de boca de cemento, de pupila pavimentada de tan bárbara urbe bestia vez toda que se emborracha de sol y deambule.

Por eso escribo con la crepitación de un vendedor ambulante, de un vocero errabundo en el ancho y cochino centro de una ciudad conveertida en mundo, un universo, en el cosmos de mis errancias y confabulaciones vertiginosas. No sé si me explico. Pero no he querido explicar nada. No hay mucho que decir.

Haría falta un bisturí. La punta de un alfiler. Haría falta algo qué decir para sacar de la púpila los receptores caprichosos del ojo y sus motivos. Haría falta no cantar y guardar silencio en medio de la fiesta. Pero cómo orientarse este sábado en que todos hemos perdido la cabeza bajo este sol ciego. Cómo decir esta tarde que termina y me envuelve de sed y casinoche y se va. Otra tarde que se va. Otra tarde que gané. Una tarde más en la locura curva de la intravena.

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