Dèjame escribirte. Desplazar la
lengua en el insuficiente grito de gritar. Es de tarde
y mis nervios se revuelcan en tu presente ausencia. Me basta el café,
un par de tabacos, para revivir mundos paralelos. Es el vuelco que dan
los días con sus imprevisibles consecuencias y sus útiles merodeos,
con sus ambulantes trapecios al ritmo de los tobillos y el chasquido
del paladar.
Aquí
me tienes dando el trago, echando el humo limpio de mi sofocada
purificación. En el leve zig zag de mi desequilibrio. Es como
saltar la cuerda con un pie, como decir te amo a las estrellas
mientras bailas en la embriaguez de tu sustancia. De dónde me viene
este palpitar que hincha. Por qué ahora me inunda el reflejo. Los
espejismos atrás perseguidos. Cuál es la llama que enciende este
cigarro, la bocanada que conforma el intramuro de mi corazón.
Si
callo no es que calle, es que a veces me disuelvo. Me doy sin màs y
aflojo la quijada. Es el relevo a la lengua. Los suspensos de la
garganta en reposo. El afloje lateral de mi dentadura. Por eso cedo
al transcurso. Me presto a la posibilidad que tiene un diente flojo
de engranaje. Mi cuerpo en línea rota queriendo restablecerse. Mi
grito en la vena. Mi cien. Otra vez la hirve. El sax interino. El
golpeteo. El ténue temblar corriendo. Ala vista de las ventanas.
Alas ganas de saltar.
Río
en la sordina de mis acordes. En la tarola trémula de mis bits.
Vuelvo a la pesantez. Al entrar saliendo. Al entretrago que me
llegas. Que llegas y te vas y así otra vez la fantasma imagen. Desde
todos los lados mis flexiones. Las vueltas que me agitan. Qué trompo
con qué cuerda dicta mi baile, mi música, mi magistral celebración
de lo infinito y lo fugaz.
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