Te ví en medio de la calle con las mariposas de la esperanza sobrevolando a mi alrededor, un arcoiris en la superficie de mi piel desplegaba humos de sábanas, colillas de tabaco, migajas de pan, viles recuerdos de enternecimientos pueriles tan llenos de sentido.
Una ola de espumas como serpentina
calló sobre mis pasos. La desnudez de la mañana se embarró en la
resaca de un lunes detrás de mis pupilas, y yo, me quedé callado.
Maldije el atroz cielo con sus baches
transversales que configuran los acontecimientos, las levedades, las
ausencias, las permanentes recaídas de caricias con sorna y las
trompetas con sordina que se aparecían en el pliegue cóncavo de
mis lagañas.
Quise eructar la lengua, insistir,
expeler los exábruptos. Luego probé los tés de un vulgar changarro.
Atendí la voz de las recomendaciones, de los comerciantes y maestros
del bienestar y la salud. Asistí a conferencias y seminarios sobre
como cambiar el mundo, tomé un curso de yoga, dejé la carne, corrí,
me puse en claro unos días.
Y, de golpe, sin más, la ola se me
revolcó. Tragándome conmigo la arena por las narices, todo el
muelle de los afanes se estremeció.
Me repuse dando tumbos. Con la
intención de levantarme recorrí de paso todos los instantes
precedentes, las anteriores argucias, las dilaciones de un llegar
errante en el canalón de las ilusiones transgredidas.
Arriba estaba el arcoiris. Y más acá,
un par de tenis columpiando en los cables de la ciudad. Me llevé
las manos a las bolsas del pantalón. Tiré un grito, la piedra
que me habías regalado, la aventé hacia el cielo, espantando las
mariposas idas. Los erráticos ambulantajes de unas alas sin
domesticar se fueron suavemente. No hice más que dibujar palabras en
el aire.
No hay comentarios:
Publicar un comentario