hongos alucinógenos y otras cuestiones

Se trata de una incitación al viaje. A la exploración. La experiencia de comer hongos puede ser decisiva en el curso de una vida. No todos se animan a entrarle. Algunos viajeros llevan años preparándose espiritualmente antes de ingerirlos.

El común visitante de la montaña sagrada de San José del pacífico le tiene cierta devoción al hongo. Se le habla con respeto. La comunidad entera cree en sus poderes y le rinden cierta reverencia. La montaña en sí respira un aire místico. Se respira en su silencio y niebla algo que no se nombra tan fácilmente. La montaña en sí potencia la sustancia mágica del hongo. El paisaje se funde con una mágica sensación de plenitud.

Los habitantes de San José no conocen la desesperación, no viven la ansiedad. Pude constatar que en San José, nadie se muerde la uñas, también supe que nunca ha habido un suicidio; en ese sitio bendito la gente sonríe, la gente juega. El hongo lleva en sí toda esa carga que las personas llevan en la mirada. El hongo lleva algo de la vida de esas personas y lleva toda la sabiduría milenaria que el bosque encierra. El hongo guarda la luna en su capote. Bebió la lluvia y las nubes y el sol de la mañana lo llenó de energía. Un hongo como corazón. El hongo irradia vida en su singularidad.

Una vez que se ingiere, hacen falta apenas unos minutos para adentrase en una ola de percepciones y sensaciones coloridas cargadas de un vivo sentimiento de plenitud. No iré tan a prisa a hablar sobre los efectos del hongo. Hablaré primero sobre las circunstancias, los motivos que llevan a uno a internarse en el frío de la montaña dispuesto a la cósmica experiencia.

Tampoco sobre los hongos podemos generalizar. Las circunstancias que nos acercan al hongo son infinitas y los motivos muy diversos. Mi experiencia es sólo un caso particular de lo posible. Acaso pueda coincidir con la de otros muchos compañeros de viaje. Porque detrás de todo esto que estamos hablando está muy presente, muy viva, accionando como un estímulo, como un motor de fuerza y aventura, la noción de viaje. Y no podemos hablar de hongos sin hablar de viaje. En un sentido real y metafórico. En sus varios sentidos, en todos los que nuestra imaginación nos lo permita. EL VIAjE también en un sentido figurado. Por que se puede viajar a otras galaxias sin levantarse de la silla.

El viaje es más un estado de conciencia que una cuestión geográfica. El viaje existe en nosotros más de lo que creemos. Hongo y viaje comparten mucho en cuanto intervienen en el ánimo y enriquecen la personalidad. Ambos comparten la misma sensación de éxtasis, la sensación de estar vivo y llevar los ojos bien abiertos y los sentidos despiertos. En el viaje, en todos los sentidos, uno se carga de atmósferas periféricas, se impregna de vibras disueltas, se agudiza la percepción y aflora una sensibilidad poco ordinaria. En el hongo pasa lo mismo pero multiplicado por mil. La sensación de plenitud se convierte en ganas de compartir, no puede uno quedarse con tanta energía que el hongo desprende.

Muchas veces, y por las misma belleza propia de la montaña, la energía se vuelca hacia las flores, hacia el color de la natraleza, hacia una apertura cristalina de todos los sentidos y hacia una sensación cósmica. Sólo algo tan grande y rico como la naturaleza, el cielo, el mar, puede atrapar y darle flujo a ese torrente de energía y percepción que el hongo propicia. Si estás acompañado, verás la belleza de la otra persona y sentirás amarla por ser quien es. Todo se vuelve algo especial. Todo es único. Todo confluye en el instante. Y transcurres al ritmo de tu respiración, de tus latidos, al ritmo del pulso de tu sangre que sientes vibrar por dentro al tiempo que ves la vida por todos lados.

Hablábamos de viaje. De las coincidencias entre la noción de viaje y hongo. EL viaje aviva la imaginación tanto como el hongo aviva el corazón. El viaje es salir de lo ordinario. Enfrentarse a lo imprevisto. Es toparse con uno mismo. Es hacer a un lado nuestro escudo de cultura que llevamos y comportarnos desde lo más nuestro en el encuentro con las personas que conocemos en el viaje. Más que de hablar ya o de platicar solamente, se trata de ser, en su totalidad. Cada guiño, cada gesto, cada contorsión de una rodilla, cada barba arrancada, cada reacción, todo nuestro lenguaje corporal, nuestro aliento, nuestro halo, nuestro color, todo todo, se potencia fuera de los márgenes de la rutina y el hastío de la monotonía.

La novedad actúa en la conciencia, el asombro nos remueve, el encuentro con lo no visto antes nos muestra otros universos. El viaje es más un estado de conciencia, ya decía. Uno viaja para viajarse. Y uno se viaja para viajar. Lo más rico de un viaje es invisible. No queda nada material acaso un brillo especial en la mirada.

El hongo es viaje, a uno mismo y al cosmos. El hongo engloba todos los secretos de la existencia. El hongo sobrepasa toda palabra, toda explicación, todo intento de intelectualizar o poetizar la experiencia. Que me disculpe por este torpe y seco intento de aproximarme a la riqueza de sus enseñanzas. Es la necesidad de compartir lo que me hace tratar de darle forma a algo que de otro modo habita en toda su irreductibilidad adentro. Acaso el único inconveniente tanto del hongo como del viaje sea que enriquecen la vida de uno. Que habrá siempre un antes y un después. Siempre se habrá ido más allá. Se habrá cruzado algunas puertas.

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