me dicen que sea útil

La utilidad me busca y me convoca y no sé cómo afrontarla. Me dicen que sea útil, que haga algo bueno para mi favor. Pero yo no sé de esas cosas. Es cuando entonces me revuelco. Me recoveco. Me intestino.

Son las tardes en que fumo más, esas tardes en que están todos con nadie. Cuando las seis campanadas de la tarde me recuerdan cuan inútil soy y lo feliz que me siento comiéndome un elote en la plaza de la soledad. Qué todo se vaya al carajo he dicho repetidas ocasiones en que me malcomo, en que las maldormideras se trepan debajo mis ojeras tercas.

Esos guiños de complicidad con los animales que bien me entienden se codean con mis afanes. Esos de ir sin más. De rascarse los sovacos y besar a una mujer. Esos juegos de soñar y perderse en errantes ambulantajes. Esas pausas cafeteras detenidas en la mesa del café del nuevo mundo. Esos ambivalentes encuentros de sonrisas cómplices, de inequívocos cómo estás, de instantáneas poesías móviles.

Nada para olvidarse de uno. Nada de escapes posibles. Los bosques y las montañas no están a la vuelta de la esquina. No hay hongos mágicos en la tiendita. A la felicidad se llega caminando total y cotidianamente. Fuera de las ventanillas y los almacenes. Fuera de las colas para pagar el recibo de la luz. Anda que si apenas estoy aprendiendo a mirar. Apenas me doy cuenta que la tarde huele a flor. Anda que vaya a la mierda la utilidad, me digo, y sigo caminando, invisiblemente.

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